miércoles, 20 de abril de 2016

¿CUANTA FE TIENES?

FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 87 – Samuel Clark

 Queridos amigos:
La importancia de la fe en la vida cristiana es mucho mayor de lo que imaginamos cuando empezamos el camino matrimonial con tantas ilusiones y emociones tan animantes. Dos preguntas de Jesús me llaman poderosamente la atención en cuanto a mi fe:
“Y El les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe?” (Mateo 8:26).
“Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mateo 14:31).
Las dos frases se hablaron durante una tormenta en el lago de Galilea (uno de los más tormentosos del mundo). La primera sucedió cuando los discípulos del Señor (recién comenzaban a andar con El) cruzaban aquel lago después de un día de gran estímulo para la fe. Por cansancio Jesús se durmió en el viaje. De repente se desató la tormenta tan fuerte que aún los pescadores profesionales tuvieron gran miedo. Le despertaron gritando: “Señor, sálvanos, que perecemos.” Me estremece sólo leer el relato, pues, no me gustan los botes y menos en aguas turbulentas.
Al decir Jesús que su miedo venía de su poca fe, suena como una reprensión por haberle despertado, pero no es así. Quería enseñarles una gran verdad. El aprovechaba cada oportunidad para enseñar las verdades que necesitamos y todavía nos pregunta: “¿Por qué estáis tan asustados en las pruebas?” La razón es nuestra poca fe.
Oh sí, tenemos fe. Hemos visto cosas admirables y a veces hemos experimentado Su poder, pero en las pruebas fuertes se nos olvida rápidamente. Entra la duda con una facilidad increíble: ¿Qué estoy haciendo aquí en esta situación? ¿Cómo voy a salir de mi problemón? Y luego contamos nuestros recursos: amigos, la tarjeta de crédito, la mentirita, echar la culpa a otros, etc. ¿No te ha pasado, amigo? La fe no puede coexistir con la duda. Ni con el miedo.
Ahora, piénsalo bien. ¿Qué esperaba el Señor de estos nuevos reclutas? ¿Que ellos hicieran callar la tormenta? ¿No te parece que la reprensión por su poca fe iba a lo que ellos podrían haber hecho? Cristo no esperaba de ellos más de lo que podían hacer. El mismo iba a callar la tormenta.
¿Qué deberían haber hecho ellos? Creer que con El en su barquito ninguna tormenta podría hacerles naufragar, y que por lo menos les llevaría a la playa de alguna manera (como lo hizo con Pablo en Hechos 27). Me atrevo a decir que quería que ellos “gozaran” de esa experiencia con una confianza en Quién era El. Una gozada de estas es posible en cualquier prueba que El permite si sólo recordamos que El está con nosotros y Quién es El.
Allí está el detalle. El texto dice que después de decir esto “se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma”. Tal vez no tengo la fe suficientemente grande para reprender la tormenta ni pasar una montaña al mar, pero tengo suficiente fe para confiar en El que sí, lo puede hacer.
Noten la pregunta de ellos en el v. 27: “Quién es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” Si tenemos esta fe, vamos a ver las maravillas que El hará.
Se permite un poco de miedo en aquellos aparatos terroríficos de Disney World, pero debe haber suficiente fe para montarlos. La vida cristiana no es una Montaña Rusa, pero sí, tendrá algunas grandes pruebas que debemos esperar confiadamente porque El viaja con nosotros. Así que, prepárate a “gozar” de las olas y el viento en vez de entrar en pánico.
La segunda vez que reprendió a alguien por su poca tenía que ver con su amigo intimo Pedro, aquel valiente que creía que creía más de lo que en verdad creía. La situación, otra vez en el lago de Galilea. Había otra tormenta. Jesús venia caminando sobre las aguas turbulentas como si fuera un paseo dominical. Pedro le pedía permiso para hacer lo mismo y Jesús le dijo “Ven”. Pedro descendió del barco y caminó sobre las aguas hacia Jesús. Piénsalo, ¡un hombre con suficiente fe para pedir algo tan inusitado y luego hacerlo! Yo no diría que ésa es poca fe.
“Pero”. Esa palabra tan significante que indica un cambio de las circunstancias. Una ráfaga de viento, una ola enorme, o sencillamente la duda le atacó a Pedro: ¿Qué hago aquí? ¿Qué me va a pasar si me viene encima una ola? Sabemos cómo nuestra fe en un momento nos mueve a aceptar el reto de seguir a Cristo. De repente vemos los problemas…y no al Señor del viento y del mar. A mí me pasa cuando acepto una invitación de compartir la Palabra ante ciertas personas. En un gran paso de fe digo que sí. Luego me pregunto: ¿Por qué me metí en esta situación? ¿Quién soy yo para hablar a este grupo? La duda viene con el miedo para achicar mi fe al tamaño tan pequeño que ni es como el grano de mostaza. ¡Me ha sucedido! Muchas veces.
Esto le pasó a Pedro cuando dejó de mirar a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios quien le había invitado a pasearse por las olas. Si miramos a otro o a nosotros mismos vamos a darnos cuenta de que no podemos y nos vamos a hundir también. Las olas no son imaginarias. Son reales. Son peligrosas. Pero El que nos invitó está cerca.
Pedro le grito “¡Señor, sálvame!” Salvar es rescatar, liberar, sanar o resolver el problema. Esto lo hizo Jesús extendiendo la mano y levantándolo para caminar ya con El hasta el barco. “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” Esa pregunta debe haber sonado en su mente por años y le debe haber ayudado a creer y no dudar. Pero sabemos que Pedro volvió a fallar. Tenía demasiada fe en sí mismo y por miedo tres veces le negó al Señor ante Sus enemigos. El miedo hace desaparecer nuestra poca fe, y somos fáciles de vencer.
Empecé esta meditación diciendo que la fe es importantísima en toda la vida cristiana, especialmente en el matrimonio y el hogar. El hogar cristiano suele tener muchas tormentas repentinas, sin advertencia alguna. Es como estar en el mar embravecido de Galilea. ¿Por qué? Los vientos de la naturaleza carnal, de un mundo anticristiano, de tentaciones tremendas en nuestras relaciones y por la enemistad tan terrible del diablo contra el matrimonio cristiano. El matrimonio es la Iglesia en miniatura y puede hacerle mucho daño al diablo si funciona como Cristo ha mandado. Por esto, amigos, sabemos que es difícil.
La pregunta es, ¿Está Cristo con nosotros en nuestro barquito? ¿Está caminando con nosotros en las olas? “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Cuando la gente dice que en pleno Siglo XXI no es posible vivir como la Biblia manda, que no somos realistas, sino demasiado optimistas o crédulos, tenemos sólo una respuesta verdadera: “Sí, pero CRISTO está con nosotros.” “Cristo en vosotros la (única) esperanza de gloria.” ¿Tienes mejor idea?
Sólo tienes que fortalecer tu fe y alimentarla con una dieta de mucho alimento espiritual de la Palabra de Dios. Tienes que saber y creer las promesas de Dios para tener una fe más grande y más fuerte. Tienes que orar sin cesar, constantemente, para tener esa fe que no duda ni tiene miedo, sino que goza de pruebas como aquellos deportistas que gozan de sus grandes esfuerzos.
Nuestra familia depende de nuestra fe para darles la seguridad y mostrarles el camino para sus propias luchas. La fe no se hereda de los padres pero sí, es “contaminosa” y los padres de mucha fe enseñan a sus hijos a creer también. Luchemos por tener más fe, fuerte fe, paciente fe y gozosa fe en nuestros hogares porque Cristo está con nosotros

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