jueves, 13 de octubre de 2016

COMPARTIENDO LA PALABRA DE DIOS

JESUCRISTO VINO AL MUNDO PARA SALVAR A LA HUMANIDAD ENTERA, INCLUIDOS LOS JEFES DE LOS JUDÍOS, AUN CUANDO ÉSTOS ACTUABAN COMO SUS ENEMIGOS.


Tan grande era su amor a la Palabra de Dios y al pueblo escogido que cuando veía el deformado e incorrecto mensaje que enseñaban los fariseos, se sentía movido a denunciarlos y reprenderlos severamente.
 

Resultado de imagen para porque la palabra es como espada de dos filosNo habían sido diferentes los antepasados de los judíos y Jesús les recordó a éstos que los profetas antiguos también habían sido víctimas de la hipocresía y la ceguera de los jefes religiosos. Desde el justo Abel hasta el sacerdote Zacarías (que fue asesinado en el templo cuando trataba de llamar a la nación a volver al culto verdadero), los jefes religiosos del pueblo habían rechazado la Palabra de Dios y preferido sus propios torcidos razonamientos. Aparentaban espiritualidad, pero trataban de sacar provecho personal de la religión y buscaban satisfacer sus deseos egocéntricos, en lugar de usar la práctica religiosa para escuchar y obedecer a Dios.

La sabiduría divina en persona estaba en medio de los fariseos, pero éstos no la veían; de hecho trataban de destruir a Cristo, en lugar de aceptar sus enseñanzas y su ejemplo. Los fariseos se habían adueñado de la “llave de la puerta del saber”, pero no entraban en la casa de la sabiduría ni dejaban que otros lo hicieran. Jesús es “la puerta” (Juan 10, 7) hacia a toda la sabiduría y el conocimiento de Dios (v. Colosenses 2, 3). Pero rechazando al Señor los fariseos se privaban de tales beneficios y, por ende, no recibían la obra transformadora que el Señor quería efectuar en ellos.

Desde antiguo, Dios venía preparando el camino para la salvación de su pueblo, pero constantemente los jefes despreciaron las advertencias de los profetas. A nosotros se nos presentan las mismas disyuntivas, porque cada día el Señor desea enseñarnos algo más por medio de Jesús.

¿Qué vamos a decidir? ¿Aceptar humildemente su guía o interpretar los mandatos de Dios y las Escrituras según convenga a nuestras ideologías e intereses? ¿Seguir a Cristo y dejar que él reine en nosotros, o continuar siguiendo la pauta de nuestros antiguos rencores, apetencias y codicias? Son decisiones que todos tenemos que tomar.

“Padre amantísimo, quiero pedirte que tu Espíritu me conduzca a Jesús, y que él me lleve a la casa de la sabiduría y me transforme. ¡Ayúdame, Señor, a optar por la vida verdadera!”

Efesios 1, 1-10

Salmo 98(97), 1-6

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