JESUCRISTO VINO AL MUNDO PARA SALVAR A LA HUMANIDAD ENTERA, INCLUIDOS LOS JEFES DE LOS JUDÍOS, AUN CUANDO ÉSTOS ACTUABAN COMO SUS ENEMIGOS.
Tan grande era su amor a la Palabra de Dios y al pueblo
escogido que cuando veía el deformado e incorrecto mensaje que enseñaban los
fariseos, se sentía movido a denunciarlos y reprenderlos severamente.
La sabiduría divina en persona estaba en medio de los
fariseos, pero éstos no la veían; de hecho trataban de destruir a Cristo, en
lugar de aceptar sus enseñanzas y su ejemplo. Los fariseos se habían adueñado
de la “llave de la puerta del saber”, pero no entraban en la casa de la
sabiduría ni dejaban que otros lo hicieran. Jesús es “la puerta” (Juan 10, 7)
hacia a toda la sabiduría y el conocimiento de Dios (v. Colosenses 2, 3). Pero
rechazando al Señor los fariseos se privaban de tales beneficios y, por ende,
no recibían la obra transformadora que el Señor quería efectuar en ellos.
Desde antiguo, Dios venía preparando el camino para la
salvación de su pueblo, pero constantemente los jefes despreciaron las
advertencias de los profetas. A nosotros se nos presentan las mismas
disyuntivas, porque cada día el Señor desea enseñarnos algo más por medio de
Jesús.
¿Qué vamos a decidir? ¿Aceptar humildemente su guía o interpretar
los mandatos de Dios y las Escrituras según convenga a nuestras ideologías e
intereses? ¿Seguir a Cristo y dejar que él reine en nosotros, o continuar
siguiendo la pauta de nuestros antiguos rencores, apetencias y codicias? Son
decisiones que todos tenemos que tomar.
“Padre amantísimo, quiero pedirte que tu Espíritu me
conduzca a Jesús, y que él me lleve a la casa de la sabiduría y me transforme.
¡Ayúdame, Señor, a optar por la vida verdadera!”
Efesios 1, 1-10
Salmo 98(97), 1-6
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