miércoles, 29 de junio de 2016

. LA FE MUEVE EL CORAZÓN DEL CREYENTE HACIA LA CONVERSIÓN


LA FE DON SOBRENATURAL



La fe es también un don sobrenatural, fruto de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, y tiene un poder transformador único. La fe mueve el corazón del creyente hacia la conversión. Este don especial sirve como compás o brújula en el camino de la vida para determinar si nuestro rumbo se dirige hacia Dios o se aleja de la presencia divina. Humanamente ponemos excusas para justificar muchas de nuestras acciones o decisiones, que no siempre nos llevan a Dios. Decimos que somos muy jóvenes o débiles o que carecemos del conocimiento necesario para tomar las mejores decisiones. Pero la fe obra en nuestro interior permitiéndonos reconocer que cuando nuestro caminar se aleja de Dios, es hora de rectificar el rumbo, de lo contrario perderemos el sentido de nuestra existencia. Esto no ocurre por obra de magia ni en contra de nuestra libertad. Dios no se impone. Por medio de la fe reconocemos que existimos para Dios y que, como dijo San Agustín “NUESTRO CORAZÓN SIEMPRE ESTARÁ INQUIETO HASTA QUE NO DESCANSE EN DIOS” La fe mueve a la acción. Una mujer o un hombre de fe es una persona que se siente impulsada a dar testimonio de lo que cree. La fe no conduce al egoísmo o al alejamiento de la realidad; todo lo contrario, la fe nos abre a la acción en la vida diaria. Seguimos siendo padres de familia, trabajadores, estudiantes, líderes, etc., pero hacemos todo esto desde la perspectiva de la fe. Precisamente, porque tenemos fe hacemos sacrificios para asistir a los más necesitados, especialmente los que tienen hambre y sed, los forasteros, los que no tienen vestido, los enfermos y los presos (v. Mateo 25, 35-36). Porque tenemos fe estamos dispuestos a dar testimonio de que Dios ha hecho grandes cosas por nosotros en medio de un mundo que cada día se rehúsa más y más a reconocer el valor de lo sagrado. Porque tenemos fe tomamos decisiones que muchas veces son contrarias a la cultura del mundo actual, especialmente cuando tenemos que defender la vida, la verdad, la familia y la dignidad de los más vulnerables entre nosotros, usualmente las mujeres, los niños y los ancianos. No hacemos esto tanto porque tengamos buena voluntad o porque queramos realizar algo que nos haga sentir bien, sino porque la fe nos permite ver en todas estas personas el rostro de Cristo: “Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mateo 25, 40).

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