ROMANOS 12:3
En este mensaje acerca de Romanos 12:3-8, se comentó
sobre el versículo 3 que Dios da diversas medidas de fe a su pueblo. Pablo dice
que debemos pensar “con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha
distribuido a cada uno”. En el contexto, esta no es una referencia limitada al
don espiritual único de la fe (1 Corintios 12:9), porque Pablo dice: “digo a
cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino
que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a
cada uno”. Al decir “a cada uno” se refiere, como antes, a “cada uno de
vosotros”. Dios ha distribuido entre todos los cristianos diversas medidas de
fe. Esta es la fe por medio de la cual recibimos y utilizamos nuestros diversos
dones. Es la fe diaria y ordinaria por medio de la cual vivimos y ministramos.
En el contexto de ese pasaje, a
Pablo le preocupa que la gente “piense más alto de sí que lo que debe pensar”.
Su solución final para esta jactancia es decir que no sólo los dones
espirituales son obra de la gracia gratuita de Dios en nuestras vidas, sino
también la misma fe por medio de la cual utilizamos esos dones. Esto quiere
decir que cualquier posible motivo de jactancia es desechado. ¿Cómo podemos
jactarnos si aun el requisito para recibir un don es también un regalo?
Por eso la humildad es tan
importante ante los ojos de Dios. El propósito de Dios es exactamente el mismo
que se menciona en Efesios 2:8-9, donde Pablo hace hincapié en que la fe
salvadora es un don: “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la
fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que
nadie se gloríe”. La fe es un don de Dios, para que nadie se gloríe; o como
dice Romanos 12:3, para que no pensemos más alto de nosotros mismos de lo que
debemos pensar. El último baluarte de la jactancia es creer que somos los
originadores de nuestra propia fe.
Pablo sabía que la gracia
abundante de Dios fue la fuente de su propia fe. Él dijo en 1 Timoteo 1:13-14:
“aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me
mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad. Pero la
gracia de nuestro Señor fue más que abundante [sobre mí], con la fe y el amor
que se hallan en Cristo Jesús”. Pablo era un incrédulo, pero entonces la gracia
sobreabundó en él, manifestándose en la fe.
Pablo sabía que esto mismo
también sucede con cualquier otro creyente. Le dijo a los filipenses: “Porque a
vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no sólo creer en Él, sino
también sufrir por Él” (Filipenses 1:29). Por esta razón, Pablo da gracias a
Dios y no a la iniciativa humana por la fe que vio en sus iglesias: “Siempre
tenemos que dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, porque
vuestra fe aumenta grandemente” (2 Tesalonicenses 1:3). Damos gracias a Dios
por el crecimiento de la fe, puesto que “Dios ha distribuido a cada uno” su
propia medida de fe (Romanos 12:3).
Esta verdad tiene un profundo
impacto en la forma en que oramos. En Lucas 22:31-32, Jesús nos da un ejemplo.
Antes de que Pedro lo negara tres veces, Jesús le dijo: “Simón, Simón, mira que
Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti
para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus
hermanos”. Jesús ora para que la fe de Pedro se sostenga aun a pesar del
pecado, porque sabe que Dios es el único que sustenta la fe.
Así que debemos orar por nosotros
y por los demás de esa forma. Por eso es que el padre del muchacho epiléptico
gritó y dijo: “Creo; ayúdame en mi incredulidad” (Marcos 9:24). Esta es una
buena oración, porque reconoce que sin Dios no podemos creer como debemos
creer. Similarmente, los apóstoles le ruegan a Jesús: “¡Auméntanos la fe!”
(Lucas 17:5). Ellos ruegan de esta manera porque Jesús es el único que puede
hacer eso.
La enseñanza de que la fe es un
don de Dios plantea muchas preguntas. Dios tiene respuestas para todos esos
interrogantes. Aun si nosotros no tenemos esas respuestas, procuremos aplicar
la enseñanza en su uso bíblico práctico: particularmente, en la humillación de
nuestra jactancia y la estimulación de nuestras oraciones. En otras palabras,
oremos diariamente: “Oh Dios, te doy gracias por mi fe, susténtala,
fortalécela, auméntala. No dejes que falle. Conviértela en la fuerza de mi
vida, para que en todo lo que haga tú recibas la gloria como el gran Dador.
Amén”.
Pastor John Piper
Pastor John Piper
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