"Dios, ¿dónde estás tú?" - "Te necesito." - "Te quiero." ¿Cómo te puedo encontrar? ¿Es esto el grito angustiado de tu corazón? ¿Estás palpando, buscando, anhelando a Dios con todo tu ser aunque por alguna razón siempre parece estar más allá de tu alcance y no lo encuentras?
No eres el único que andas en esta búsqueda. Hombres donde quiera y en todas las edades han preguntado por Dios.
Hace dos mil años que un joven rico llegó a Jesús corriendo y le preguntó, "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?". Cuando el apóstol Pedro predicó en el día de Pentecostés, la gente preguntó, "¿qué haremos?" o sea, "¿cómo podemos encontrar a Dios?". La inquietud que vemos hoy día en este mundo tumultuoso representa su anhelo para Dios y Su amor. Una necesidad general de todo ser humano es el encontrar a Dios. Nuestro corazón estará inquieto hasta que hallemos descanso en Él. En ninguna otra manera puede uno experimentar la tranquilidad de mente y descanso del alma más que por encontrar a Dios y andar con Él. Jesús dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). Podemos comprender mejor nuestra necesidad de Dios cuando nos damos cuenta que somos hechos por Él y para Él. Ninguno de nosotros somos formados exactamente igual (ni hablamos, ni pensamos, ni nos parecemos, ni nos portamos igual); con todo somos hechos a Su imagen y conforme a Su semejanza (Génesis 1:26) y con un alma viviente que es una parte de Dios. Esta parte ansia estar en armonía con su Creador. "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed del Dios vivo" (Salmo 42:1-2). ¡Únicamente el Dios vivo puede satisfacer al alma viva del hombre!. Cuando David, un rey recto de quien habla la Biblia, encontró a Dios, resumió su sentimiento íntimo con decir, "Nada me faltará" (Salmos 23:1). Fue satisfecho. Estuvo contento y conoció la paz que hay únicamente cuando la criatura y el Creador se han encontrado. "Porque sacia al alma menesterosa, Y llena de bien al alma hambrienta" (Salmo 107:9). Dios es real. Aunque ni le veas, ni le entiendas, ni le encuentres, no altera el hecho irrevocable que Él era, ahora es y siempre ha de ser. ¡Sí hay Dios! Nunca lo dudes. Para encontrar a Dios, es preciso que tú firmemente creas que El existe y que tengas la confianza que te ama. ¿Dónde está Dios? ¿Puede estar aquí al tiempo que está también allá? ¡Sí, Él está donde quiera! Jesús una vez dijo a una mujer con quien platicaba al lado de un pozo, que Dios es Espíritu y que puede ser encontrado en cualquier lugar y a cualquier hora. No se contiene en un cielo lejano y fuera de nuestro alcance, ni tampoco queda limitado a las iglesias, las sinagogas o los templos. Le puedes encontrar en la montaña, en el valle, en el aire, en el mar, dentro de tu hogar o en tu carro. En este mismo momento te rodea. Jacob, un hombre de Dios, dijo, "Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía" (Génesis 28:16). Muchas veces nosotros también, estamos tan preocupados con las cosas mundanas de esta vida que aunque El ande cerca de nosotros, "No lo sabemos". Nosotros esperamos algún encuentro dramático con Él y por eso no lo reconocemos cuando habla a su manera quieta o cuando nos da un toque suave interior. Tenemos que detenernos, mirar y escuchar con atención; luego con fe veremos, oiremos y entenderemos. No necesitas buscar a tientas a Dios. No se ha escondido de ti, antes, te busca. Mucho antes que tú empezaste tu búsqueda de Él, Él ya había empezado Su búsqueda de ti. Te quiere dentro de Su familia eterna donde Él puede amarte y cuidarte en una manera muy personal. ¿Te sientes vacío, inquieto, culpable, perdido y con miedo de morir? Esto es el llamamiento de Dios a ti porque no quiere que tú estés perdido. Tal vez éste será tu primer llamamiento o puede ser tu último. "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón" (Salmo 95:7-8). Dios, en su gran amor, hizo una manera en que nosotros nos encontraremos con Él. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Juan 3:16). ¡Cristo es el camino a Dios! Jesús dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6). Cuando cierto carcelero preguntó: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" el apóstol Pablo contestó: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hechos 16:31).
Cuando un maestro llamado Nicodemo inquirió por el camino de la salvación, Jesús le dijo: "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). No preguntas tú como Nicodemo preguntó, que cómo puede ser esto. El nacer de nuevo es aceptar a Jesús, el Hijo de Dios, como tu Salvador. Al creer en Su muerte en la cruz, Su sangre te limpiará de todo pecado. También necesitas sentir los pecados y abandonarlos, pedir a Dios que te perdone, y reconocer a Jesús como tu amo en cada detalle de tu vida. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9).
Todos nosotros hemos pecado. "No hay justo, ni aun uno" (Romanos 3:10). Dios es santo, y, por eso, odia al pecado. Así es que, antes de poder entrar en la presencia de Dios, es necesario tratar con nuestros pecados en la manera señalada por Él, en Su palabra. El vivir una vida moral-mente correcta nunca será lo suficiente para borrar nuestros pecados. Tenemos que arrepentirnos y dejar nuestros pecados.
Para de veras encontrar a Dios, necesitas quererle más que cualquier otra cosa en tu vida. Necesitas entregarte totalmente a Él, con todo lo que tienes y todo lo que eres. Necesitas negarte a ti mismo y sacrificar tus modos egoístas. El pecado necesita llegar a ser tan odiable para ti como lo es para Él. ¿De veras quieres encontrarle y andar con Él? La decisión es tuya… exclusivamente tuya. Al hacerlo no puedes perder nada que realmente es de valor y todo lo puedes ganar. Si te paras, das vuelta y si das un paso hacia Él, le encontrarás. ¡Un alma buscando a Dios y un Salvador que anda buscando a los perdidos siempre se encuentran! Cuando das ese paso, Dios, que es la fuente de vida, te dará una vida nueva, un corazón nuevo y la voluntad de seguirle. "Todas las cosas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17). ¿Puedes tú, ahorita, inclinar tú cabeza para confesarle a Dios? "Yo me rindo, estoy cansado del pecado. Estoy perdido e indigno de tu gran amor. Señor, tómame así como soy. Te rindo mi vida entera. Echo todos mis pecados a tus pies y humildemente te pido que me perdones. Por favor acéptame como tu hijo y enséñame cómo vivir para Ti. Te doy gracias que Jesús murió y que mis pecados pueden ser perdonados."
Si haces esto, exclamarás, "¡Mi Señor y mi Dios! He encontrado a quien buscaba
Mi gozo está completo."
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