¿Por qué es que Dios permite estas cosas? Más
específicamente, ¿por qué es que la adversidad ataca tantas veces a los
creyentes?
Poco después que se entregó al Señor, Susana
comenzó a experimentar numerosas pruebas. A los pocos meses, su esposo de 45
años sufrió un mortífero paro cardíaco, dejándola viuda y con cuatro hijos, en
una situación económica difícil. Todavía sumida en su dolor, Susana pasó por
serios problemas de relación con una familia de su iglesia que la afectaron
profundamente.
Esta excelente creyente, piadosa y consagrada, recibió hace poco la noticia de que su hijo mayor, que es piloto naval, se había precipitado a tierra destruyéndose totalmente su avión. El se salvó milagrosamente. La experiencia de dolor y sufrimiento de Susana no es única, pero levanta serios interrogantes.
A lo largo de la historia humana la cuestión del
dolor y el sufrimiento ha desafiado a las mentes más iluminadas. El autor de
Job describe la experiencia contradictoria de un hombre bueno sumido en la
aflicción y que levanta el interrogante: ¿por qué sufren los buenos? Los
filósofos estoicos se preguntaron: ¿Si Dios es sólo bondad y todopoderoso,
¿cómo es que permite el mal y el sufrimiento? San Agustín también procuró una
respuesta al problema frente a la tragedia de la caída de Roma en manos de los
bárbaros. ¿Cómo explicar el hecho de que la invicta ciudad había dominado al
mundo como potencia pagana, y ahora, a sólo un siglo de su conversión masiva a
la fe cristiana, caía masacrada por los germanos? A través de los siglos muchos
filósofos procuraron responder a estos mismos interrogantes desde las más
diversas perspectivas. ¿Cómo es posible que gente buena sufra cosas malas? La
pasión de Cristo arroja alguna luz para responder a esta pregunta.
Pero el problema sigue sin solución y sacude la fe
de quienes sinceramente intentan resolverlo. ¿Es posible una respuesta? Quizás
es conveniente decir que no. Al menos, no hay una solución absoluta al problema
del dolor y del sufrimiento. Sí es posible considerar algunas ideas que sirven
para arrojar algo de luz sobre la cuestión. Al considerar el problema del
sufrimiento, es importante tener en cuenta que la Biblia dice que algo anda mal
con nuestro mundo; este mundo que Dios creó perfecto (Gn. 1). A poco de
observar vemos que hay una perversión destructiva, negativa, caótica, casi
demoníaca en el mundo creado por Dios. Esta perversión es lo que la Biblia
llama pecado. Pecado no es meramente, como piensan algunos, faltar a los cultos
de la iglesia, no orar ni leer la Biblia, decir palabras obscenas o beber
bebidas alcohólicas. Limitar nuestro concepto de pecado a estas cosas, que por
cierto son deplorables, es quedarse corto en describir su nefasta esencia.
También lo es el llamarlo simplemente "una distorsión del orden de la creación
debido a una situación de opresión socioeconómico política", tal como
sostienen los marxistas. Según ellos, los problemas del ser humano tienen sus
raíces en el hecho de que muchos producen para el enriquecimiento de unos
pocos. Pecado es algo mucho más serio y amplio que esto, aunque lo incluye. El
pecado no es básicamente una acción o una condición social, sino una
desorientación y alienación interior. Es algo que se da primero en el corazón
del ser humano. Es esa decisión íntima de centrar la vida en lo finito antes
que en Dios, resultando al fin en la perversión de todas las relaciones humanas
(ver Ro. 1.18-32). Al igual que la araña, la que se ubica en el centro de su
propia tela, el ser humano pecador procura ser el centro del Universo. Esto es
orgullo, y como la araña, el pecador también se sienta en el centro de su mundo
y piensa que lo tiene bajo su control. Se cree el árbitro de su destino. Esto
es ignorar a Dios. Finalmente, como la araña, el pecador, orgulloso y
autosuficiente, está al acecho y espera que algo o alguien caiga dentro de su
esfera de influencia, de modo que pueda consumirlo, poseerlo y explotarlo. Esto
es egoísmo, lo que lleva a la injusticia y el sufrimiento humanos. Si los seres
humanos se arrepintiesen, si abandonasen su orgullo autosuficiente, su olvido
de Dios y su egoísmo infantil, muy buena parte del sufrimiento humano
desaparecería. El arrepentimiento sincero arranca el pecado e implanta lo
opuesto en el corazón del hombre. Lo opuesto al pecado es el amor y el servicio
a Dios y nadie puede amar y servir a Dios si está oprimiendo, dañando o
desfigurando las vidas de otros. Es importante recordar que este desarraigo del
pecado e implantación del amor es un proceso que lleva toda la vida. Muchos
cristianos piensan que es algo que se completa cuando se levanta la mano, se
pasa al frente a saludar al predicador y termina en el bautismo, pero no es
así. Diariamente debemos rogar a Dios que su amor sea derramado en nosotros y
en nuestras acciones. Entonces, y sólo entonces, encontraremos sanidad en lugar
de sufrimiento. Si este amor fuese soberano y estuviese en todos los corazones
humanos, pues no habría pobreza y opresión en América Latina. No habría una
minoría excesivamente rica a costa de la explotación escandalosa de la inmensa
mayoría. No se verían adultos analfabetos, niños hambrientos, mujeres
prostituidas y jóvenes adictos en las calles de las grandes ciudades del
continente. Habría trabajo para todos, cada familia tendría su vivienda y la
justicia traería paz en lugar de temor y aflicción. Sí el amor y la sabiduría
de Dios estuviesen señoreando a los hombres no habría mal manejo ecológico, con
todo lo que ello implicaría. Si el amor cristiano pudiese ser inyectado en los
hogares no habría matrimonios separados, uniones ilegales, hijos naturales y
abandonados, prostitución, abuso de menores y otros males por el estilo. La
fidelidad no sería derrotada por el adulterio, el machismo no rebajaría a la
mujer a la condición de un simple objeto sexual y los hijos serían tratados
como personas. Toda casa familiar dejaría de ser un hotel o posada para
transformarse en un hogar. Las relaciones familiares pasarían de ser un
infierno a estar coronadas por la ternura y el respeto. Si el amor que predicó
y vivió Jesús se viese de veras reflejado en las iglesias que dicen
practicarlo, no habría tantas divisiones y luchas intestinas. Los líderes
cristianos no andarían detrás de la notoriedad, el poder, la fama o el dinero.
Se hablaría menos del amor, pero se lo practicaría más frecuentemente en la
vida cotidiana de la comunidad de fe. Los creyentes no estarían tan preocupados
por tener un buen predicador, un templo bonito y un programa ameno, sino por
buscar a los perdidos, ayudar a los pobres y consolar a los que sufren. Algunos
han señalado que Dios permite que estas cosas ocurran, para que, en medio de la
prueba, la personalidad de sus hijos madure y se desarrolle. Volvamos a la
pregunta inicial: ¿Por qué sufrimos los seres humanos? Porque somos pecadores y
parte integrante de una humanidad pecadora. Porque seguimos siendo presa del
egocentrismo, el olvido de Dios y el egoísmo. Porque no nos importa nada de
Dios y de nuestro prójimo. Pero, ¿qué de Susana? ¿Por qué una buena cristiana
como ella ha sufrido tanto desde que aceptó al Señor? ¿Por qué hay tantos
buenos cristianos y cristianas que padecen injusticias, carecen de lo mínimo
para vivir con dignidad y mueren de cáncer? Aquí el problema del sufrimiento se
complica y la respuesta no es fácil. Algunos han señalado que Dios permite que
estas cosas ocurran, para que, en medio de la prueba, la personalidad de sus
hijos madure y se desarrolle. Pero esta explicación no parece muy
satisfactoria. Es cierto que el sufrimiento produce personas más fuertes y
maduras. Pero, ¿cómo es posible decir que Dios permite o provoca el sufrimiento
para maduramos? Yo no podría decirle a Susana: "Dios quiso que tu esposo
muriera para que pudiese crecer moral y espiritualmente". Tampoco le diría
a una madre que tiene en sus brazos a un bebé muriéndose de un cáncer en la garganta:
"Esto es la voluntad de Dios. Seguramente él tiene un propósito para todo
este dolor. Sé paciente y finalmente lo entenderás". Aquel que dijo:
"Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis", difícilmente
puede ser quien provoque la aflicción de un bebé. Entonces, ¿cómo es posible
que gente buena sufra cosas malas? La pasión de Cristo arroja alguna luz para
responder a esta pregunta. Los discípulos abandonaron el Calvario confundidos y
abrumados. El hombre más bueno que jamás habían conocido había sido clavado
sobre una cruz. El infierno había mostrado sus peores frutos. Y entonces,
cuando la noche parecía más sombría y oscura. Dios quebró las tinieblas con la
luz esplendente de la resurrección de su Hijo. Este poderoso hecho de Dios
tiene consecuencias tremendas para resolver el problema del sufrimiento en los
creyentes. Primero, la resurrección significa que Dios es el Señor soberano del
sufrimiento. Considere esta verdad. Dios, el Padre, utilizó el sufrimiento de
su propio Hijo como la hebra con la que tejió el tapiz de la redención. De lo
peor, El produjo lo mejor. Quizás El esté usando el dolor de tu sufrimiento
para obrar algún milagro de gracia. ¡Cuántas veces el Señor se valió de la
aflicción de una enfermedad para salvar a otros y ayudar al creyente a
conocerlo mejor! Segundo, el hecho poderoso de Dios en el Calvario y en la
tumba vacía significa que nuestro Dios es un Señor Sufriente. Esto también es
sorprendente. Cuando clamamos a Él desde el medio de nuestro dolor, no estamos
invocando a un Buda que tiene los brazos cruzados y cuyos ojos están cerrados
en una eterna contemplación. ¡Dios no nos da las espaldas! Su rostro está
vuelto hacia nosotros, ¡y sabe lo que es sufrir! Él está de nuestro lado. En la
persona de su Hijo experimentó el hambre, la ignorancia, la soledad, el
cansancio, el dolor y el rechazo. No tuvo una casa propia. Lloró. Sufrió.
Murió. Es por eso que en nuestras aflicciones podemos encontrar consuelo y
esperanza en ÉL. Nuestro Señor sabe qué
es lo que estamos pasando porque Él lo pasó primero. ¡Esta es una buena
noticia! Finalmente, el Calvario y la tumba vacía significan que nuestro Dios
es el gran vencedor de la muerte. Un conjunto de rock cristiano norteamericano,
Petra, tiene una canción en la que cantan de "El ladrón de tumbas".
¡Cristo es el gran resucitador de muertos! En consecuencia, el sufrimiento en
esta vida no tiene la última palabra ni es el acto final de nuestra vida.
Todavía nos aguarda algo mucho mejor: un Cielo nuevo y una Tierra nueva donde
ya no habrá más dolor. Así como Cristo se levantó de los muertos, dejando a la
muerte con su frustración de no poder retenerlo en su tumba, de igual modo
quienes reconocemos su señorío seremos resucitados a una vida nueva. ¡Esto
también es una buena noticia! Entonces, ¿por qué sufren los seres humanos?
Algunos sufren como consecuencia del pecado. Y es nuestro deber como creyentes
ir por todo el mundo procurando aliviar el sufrimiento y dolor que el pecado
produce. Otros sufren a pesar de ser buenos hijos de Dios. En estos casos, el
sufrimiento sigue siendo un misterio no fácil de explicar. Sin embargo, tenemos
esta confianza: que nuestro Dios, el Señor soberano, también lo es del
sufrimiento. Tenemos este consuelo: que nuestro Dios es un Señor Sufriente. Y,
finalmente, tenemos esta esperanza: que nuestro Dios es el gran vencedor de la
muerte. Todo esto nos pertenece gracias al milagro de la tumba vacía, que
siguió al milagro de la cruz vacía.
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