“Riquezas, honra y vida son la remuneración de la
humildad y del temor de Jehová” (Proverbios 22.4).
La humildad es una característica del alma que nos
prepara para tener fe. Muchas personas alaban la virtud de la humildad y la
consideran una joya hermosa; pero ellas mismas no la quieren poseer, pues ella
termina con su ego y su orgullo.
El orgullo y la humildad
La Biblia muchas veces contrasta el orgullo con la
humildad. Notemos algunos de sus contrastes:
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los
humildes” (Santiago 4.6).
“Porque cualquiera que se enaltece, será humillado;
y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14.11).
“La soberbia del hombre le abate; pero al humilde
de espíritu sustenta la honra” (Proverbios 29.23).
“Mejor es humillar el espíritu con los humildes que
repartir despojos con los soberbios” (Proverbios 16.19).
“Jehová asolará la casa de los soberbios”
(Proverbios 15.25). “Pero los mansos heredarán la tierra; y se recrearán con
abundancia de paz” (Salmo 37.11).
“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes
de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16.18). “Cualquiera que se
humille (...) ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18.4).
“Y tú (...) que eres levantada hasta el cielo,
hasta el Hades serás abatida” (Mateo 11.23). “Humillaos delante del Señor, y él
os exaltará” (Santiago 4.10).
Otro contraste entre el orgullo (considerarse uno
superior a los demás) y la humildad (reconocer uno que es indigno) se presenta
en Lucas 18.9–14. El fariseo que se exaltó a sí mismo no logró favor de Dios,
mientras que el publicano quien confesó ser pecador alcanzó misericordia.
Dios siempre condena el orgullo, mas siempre
aprueba la humildad.
Evidencias de la humildad
1. Ser como niño
Según nos dice Mateo 18.1, los discípulos querían
saber quién era el mayor en el reino de los cielos. Jesús puso a un niño en
medio de ellos, diciendo: “Así que, cualquiera que se humille como este niño,
ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18.4). Jesús es nuestro
ejemplo perfecto de uno que siempre andaba con el espíritu de humildad.
Filipenses 2.6–7 dice esto acerca de Jesús: “El cual (...) no estimó el ser
igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo”. Jesús
no buscó la grandeza, pero después de humillarse “Dios también le exaltó hasta
lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2.9). Los
que, como Cristo, manifiestan un espíritu manso, sumiso y humilde pertenecen a
Dios y serán exaltados a su debido tiempo. La sencillez semejante a la de un
niño, la inocencia y no guardar rencor son evidencias de la verdadera humildad.
2. La mansedumbre. Efesios 4.2 dice que “con toda humildad y mansedumbre”
debemos soportarnos con paciencia los unos a los otros en amor. Los humildes
nunca caen desde muy alto porque no se exaltan a sí mismos. Pero los que se
exaltan a sí mismos caen y sufren. Sería bueno notar aquí que hay una
diferencia entre la humildad y la humillación: la humillación, por lo general,
es nada más que el orgullo herido. Los mansos no se ofenden fácilmente.
“Ciertamente la soberbia concebirá contienda” (Proverbios 13.10). Cuando se
hiere el orgullo del hombre, él muy pronto lo siente y el resultado es
contención. Pero con los mansos es diferente. Como su Salvador, cuando los
maldicen, ellos no responden con maldición; cuando son perseguidos, lo sufren
todo con mansedumbre; cuando los injurian, lo soportan todo sin responder. Los
mansos oran por sus enemigos, amontonando así “ascuas de fuego” sobre sus
cabezas según Romanos 12.18–20. Eso sí es humildad. 3. La modestia. La modestia
se manifiesta en el semblante, en las costumbres y en el vestir de la persona
humilde. Uno que tiene un corazón humilde no tiene ojos altivos y no sigue la
moda. Los humildes se conocen por su manera de ser; son modestos en cuanto a su
apariencia y sus costumbres. Ellos no se jactan de ser más importantes que los
demás y no lucen ropa de gala. Cuando el corazón está lleno de humildad el
“gran yo” no se ve. La modestia es fruto natural de la humildad y se manifiesta
en toda área de la vida de la persona humilde. ¿Por qué ser humilde? 1. Dios
así lo ordena en su palabra. Dios manda que los santos se humillen “bajo la
poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5.6), que se vistan de humildad (Colosenses
3.12), que se revistan de humildad (1 Pedro 5.5) y que anden con toda humildad
(Efesios 4.1–2). 2. Dios se satisface con la humildad y la bendice. (Lea
Proverbios 16.19; Mateo 5.3, 5.) Dios da gracia a los que son humildes
(Santiago 4.6). Los que poseen la humildad son los mayores en el reino de Dios.
“Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad” (Proverbios 22.4). 3.
La humildad es la precursora de la exaltación verdadera. ¿Ha notado usted que
la Biblia con frecuencia habla de la exaltación junto con la humildad? Sin
embargo, no debemos tratar de humillarnos con la esperanza de ser exaltados. Es
importante saber que la senda del orgullo siempre lleva al desastre, mientras
que la senda de la humildad siempre lleva a la exaltación. Pero no debemos
preocuparnos de cuándo y cómo seremos exaltados. Dios se encargará de todo eso.
Lo que nos toca a nosotros es seguir en la humildad, confiar en Dios, obedecer
su palabra, mantenernos al pie de la cruz y recordar que las promesas de Dios a
los humildes son seguras. 4. Dios escucha las oraciones de los humildes. “No se
olvidó del clamor de los afligidos” (Salmo 9.12). Los ninivitas se vistieron de
cilicio y ceniza ante Dios. Ezequías se humilló ante Dios y oró que fuera
librado del poder de Senaquerib. El publicano rogó a Dios por misericordia.
Todos estos acudieron a Dios en humildad, y él oyó sus oraciones. A nuestro
Dios Todopoderoso le place contestar las oraciones de los mansos y humildes que
vienen a él con súplicas y oraciones. La humildad fingida. Como Pablo menciona
en Colosenses 2.18 hay algo que parece ser la humildad, pero en verdad no lo
es. Esta es la humildad fingida y la debemos evitar. Algunos, al darse cuenta
de los méritos de la humildad, la codician por su excelencia o por la exaltación
que buscan. Buscar la humildad por razones egoístas trae como resultado la
humildad fingida. Los que se sienten orgullosos por su humildad algún día se
darán cuenta de que era una humildad fingida la que tenían. Es la voluntad de
Dios que seamos exaltados. Pero su camino a la exaltación es distinto que el
camino que llevan los que quieren exaltarse a sí mismos. Su rumbo es distinto;
su destino también lo es. La exaltación a la que aspira el hombre siempre
exalta su propia voluntad carnal, mientras que Dios desea exaltar al hombre
según su imagen y propósito. Para esto, la carne tiene que estar muerta de tal
manera que no responda a los deseos carnales. Algunos piensan que los dones
espirituales exaltan a la persona que los posee y por eso los buscan con empeño.
Pero la verdad es que el que recibe dones espirituales auténticos tiene que
humillarse más, crucificar más la carne y entregarse más a Dios. Dios no da
dones espirituales para promover nuestras propias metas y aspiraciones.
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando
fuere tiempo” (1 Pedro 5.6).
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