¿Es usted de las personas que todavía no salen de una, cuando les llega la otra? O ¿Se encuentra relajado, viendo pasar la vida sin problemas?¿Le gustaría “tirar la toalla” y dejarse caer cuan largo es viendo hacia el cielo o cerrando los ojos?¿Le gustaría dejarse caer y permitir que otro haga lo que usted tiene que hacer?¿Le gustaría dejar en manos de otra persona el control de su vida?
Para apoyar su respuesta a las primeras cinco preguntas, a no ser que haya una persona que me refute lo que voy a decir, estoy seguro de que usted es una de esas personas que terminan el día agobiadas, no tanto por el trabajo, sino por las preocupaciones que no se terminan en un día, sino que parecen ser la norma de vida de todos los días.
Muchas veces no acabamos de salir de una situación
que nos quita la tranquilidad cuando ya tenemos otra encima, provocando el
deseo de salir corriendo y dejar todo atrás, sin importarnos lo que pudiera
pasar. En ese momento quisiéramos que alguien se haga cargo de lo que estamos
viviendo, sea en el trabajo o sin él, en el hogar, en la escuela o en la vida
cotidiana. La vida nos ofrece todos los días aflicción, desgaste físico y
emocional, frustración, desesperación, lo que hace que no veamos la belleza de
la creación, que también sufre al igual que nosotros, el desgaste, la
contaminación y el desprecio de los seres humanos. Este es un panorama que no
estaba en los planes originales de Dios, pero no los descartó, sino que fueron
considerados en su amor por su creación. Como la gracia de Dios es y siempre
será más grande que cualquier pecado, nuestro creador, a través del Hijo,
decide cumplir el plan de introducirse en su creación para sanarla, redimirla
hacerla nueva; en la resurrección de Jesús, emerge una humanidad totalmente
nueva. Con Él de nuestro lado, ¿Quién podrá derrotarnos? Él dice: “porque mi
yugo es fácil, y ligera mi carga”. (Mateo 11:30) Sin embargo, Jesús, en sus
enseñanzas, nos dejó una invitación por demás insólita: “Si alguien quiere ser
mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme”. (Mateo
16:24) NVI. Ver también: (Marcos 8:34) y (Lucas 9:23) La Nueva Traducción
Viviente nos lo presenta así: “Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor,
tiene que abandonar su manera egoísta de vivir, tomar su cruz y seguirme”. La
declaración e invitación que nos hace nuestro Salvador tiene tres aspectos por
demás interesantes, si es que aceptamos dicha invitación: Negarse a sí mismo Tomar
nuestra cruz Seguirlo. Cuando formulé la pregunta: ¿Le gustaría dejarse caer y
permitir que otro haga lo que usted tiene que hacer?; estoy seguro que después
de estar agobiado y completamente sin fuerzas (no digo físicas nada más, sino
emocionales también), es auténtica la necesidad de dejarle a otro(a) nuestra tarea.
Cuando Dios nos permite llegar a este punto, en el cual nos sentimos
completamente derrotados y “en el hoyo”, como lo expresa el rey David en sus
Salmos, es cuando valoramos la misericordia, la bondad y la compasión de
nuestro Dios amoroso. Este es el paso que precede a “negarse a sí mismo”; que
es lo que conocemos como quebrantamiento. Cuando nos damos cuenta de que
nosotros no podemos controlar nuestra vida, todo lo que nos pasa está fuera de
nuestro alcance. Necesitamos de alguien que nos lleve de la mano como cualquier
invidente, vulnerable y débil, ante la realidad que no vemos, ¡Sólo confiamos! Y
cuando experimentamos la mano cálida y amorosa que nos saca del abismo, es
cuando Dios nos conduce al pleno “negarse a sí mismo”. Dejar de ser los dueños
y señores de nuestras vidas; y permitir que Dios, quien nos conoce mejor que
nosotros mismos, decida por nosotros, ya que Él sabe muy bien qué es lo que más
nos conviene. No le pregunté qué respuesta habrá dado a la última pregunta: ¿Le
gustaría dejar en manos de otra persona el control de su vida?; porque casi
estoy seguro que para contestarla lo pensó dos veces: ¿Entregarle a otro(a) el
control de MI vida?, ¡NO! La naturaleza humana es así; aunque estemos en las
peores circunstancias, queremos seguir siendo los dueños de nuestra vida. Pero
si contestó afirmativamente, entonces usted confía en su Señor; usted está
“negándose a sí mismo”. Ahora sólo le falta tomar su cruz y seguir a su
Salvador. ¿Se ha preguntado por qué Dios le pide algo que a usted no le agrada,
si es que dice que lo ama con un amor sin medida? ¿No podría Dios, en nombre
del amor que le tiene, dejarlo que usted siga gobernando su vida? Sin embargo,
¿Se ha puesto a pensar cuánto escatimó Dios para poder darnos la vida eterna y
vivir una comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por siempre? En
Juan 3:16 nos dice que “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo,
para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios
no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por
medio de él”. En Colosenses 1:21 (NVI); “En otro tiempo ustedes, por su actitud
y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos”. Y en
Romanos 5:10 (DHH), “Porque si Dios, cuando todavía éramos sus enemigos, nos
reconcilió consigo mismo mediante la muerte de su Hijo, con mayor razón seremos
salvados por su vida, ahora que ya estamos reconciliados con él”. Si usted le
cree a Dios, entonces se dará cuenta de que aunque no quisimos buscarlo, Él nos
buscó y nos encontró, si no, veamos que nos dice en Juan 6:44 (NVI): “Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el
día final”. Todas estas Palabras ratifican lo expresado en Juan 3:16-17; nos
dan una visión y una imagen del gran amor de Dios por su creación, es un amor
de dimensiones cósmicas, que trasciende nuestro limitado entendimiento. Al
llegar a este punto le pregunto: ¿Acepta la invitación de querer ser un
discípulo amado de Cristo? Si la respuesta es afirmativa, entonces tome su cruz
y sígalo. Pero ¿Qué significa llevar nuestra cruz? Primero veamos qué significó
a Cristo llevar su cruz. Jesús, siendo el Hombre y Dios a la vez, para sanar a
toda la humanidad, debió haber tenido en cuenta que en su humanidad debería
caber toda la humanidad presente, pasada y futura. Dicha humanidad tenía las no
gratas características de ser vil, ruin, perversa, malvada y otras
“preciosidades” de este tipo (Jeremías 17:9). En realidad el pecado de la
humanidad, la muerte anunciada desde el jardín del Edén, creció enormemente y
existía la necesidad de destruirla para volver a ser la humanidad que había
sido planeada desde antes de la creación de todas las cosas, una humanidad
santa y sin mancha en el Hombre-Dios: Cristo Jesús. Así que Jesús hizo morir
todo pecado, toda maldad, toda perversidad, toda depravación de la humanidad en
su propio cuerpo humano finito y frágil, fácil de destruir y escogió el
instrumento más perverso de aquella época y quizá de todas las edades: la cruz,
destinado para los delincuentes más perversos, un instrumento vergonzoso y
repulsivo. Para cumplir su misión expresada en Lucas 4:18-19: «El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los
pobres. Me ha enviado a proclamar que los cautivos serán liberados, que los
ciegos verán, que los oprimidos serán puestos en libertad, y que ha llegado el
tiempo del favor del Señor»; Jesús tuvo que tomar su cruz porque para emerger
como una nueva humanidad, habría que sanarla a través de su muerte en la cruz y
la tumba. El nuevo hombre emergido de esa tumba abierta y vacía salió para
mostrarnos que su amor lo había llevado a exclamar: “¡Consumado es!”. Esa es la
cruz que Cristo tomó y pudo cumplir su misión en comunión con el Padre y el
Espíritu. Ahora nos dice a nosotros que seamos sus discípulos, pero más que
discípulos, nos considera sus hermanos y nos dice que Él ha roto las cadenas y
abierto las rejas de la esclavitud y la prisión del pecado y de la muerte;
ahora somos completamente libres y llenos de Dios. Sin embargo, todavía no vemos esto como una realidad porque aún
seguimos en este cuerpo, anclados en el tiempo y el espacio, en una sociedad y
en un mundo todavía llenos de maldad, por eso nos dice que, así como Él lo
hizo, tomemos nuestra cruz para que nada nos impida seguirlo, así como Él tomó
la suya y nada ni nadie le impidió llevarnos al Padre y al Espíritu para
conocer, gozar y vivir ese gran amor que Él es. ¿Ya descubrió su cruz? ¿Está
dispuesto(a) a llevarla? Ahora no estamos solos, el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo están en nosotros para allanarnos el camino. Llevar nuestra cruz
significa vivir lo que nos resta de humanidad en comunión con nuestro amoroso
Dios, sin abandonar este cuerpo donde todavía mora el pecado ni este mundo
donde nos desenvolvemos diariamente, sufriendo y completando los sufrimientos
de Cristo, como nos dice el apóstol Pablo. ¡Esa es su cruz! Llevarla con
dignidad como Cristo la llevó puesto que su propósito era más importante que
vivir las delicias de esta vida, y nuestro propósito es regresar a casa, de
donde salimos con la finalidad de volver santos y sin mancha en Jesús. Dios nos
dice en Romanos 12:1-2 NTV “Por lo tanto, amados hermanos, les ruego que
entreguen su cuerpo a Dios por todo lo que él ha hecho a favor de ustedes. Que
sea un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a él le agrada. Esa
es la verdadera forma de adorarlo.No imiten las conductas ni las costumbres de
este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al
cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de
Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta”. Esa es nuestra
cruz. ¿Está dispuesto(a) a llevarla? Así como Simón de Cirene ayudó a Jesús a
llevar el instrumento de su muerte, Jesús nos ayuda a llegar al final.¿Está
dispuesto(a) a seguirlo? Eso es lo que Él desea de todo corazón. No
menospreciemos ese amor tan grande. Sigamos a Cristo ya que en Él estamos
seguros para siempre, cuando llegue el momento en que “Él les secará toda
lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor”
(Apocalipsis 21:4)
No
sé qué pensó cuando leyó el título de este artículo, ¿Le causó tal reacción que
estuvo tentado(a) de dejar de leerlo? Si es así, ¿Qué le parece ahora? ¿Está
dispuesto(a) a negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguir al Rey de Reyes y
Señor de Señores? Lo invito a decirle a Cristo: “Espérame, te estoy siguiendo”.
Esto le causará el mayor gozo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; y harán
fiesta en el cielo y lo más significativo, nosotros somos los invitados de
honor ya que somos la novia del Rey y después de la fiesta, viviremos un
matrimonio eterno. Dando, recibiendo y viviendo una vida de amor, gozo y
alabanza, tal como nuestro amoroso Dios lo merece.
Es posible que este artículo no sea del todo
popular para mis amigos lectores. No obstante, con gran humildad y con un
corazón que anhela seguir las pisadas de NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, traigo ante
ti un pasaje de la Palabra de Dios que debe ser tomado con toda la solemnidad y
atención que se merece. “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” Sn. Mateo
16:24 Niéguese a sí mismo Cuando el pasaje habla de negarse a uno mismo, nos
está hablando de entregarnos de tal manera a Su control, que el “yo” no tenga
ningún derecho. Pero también de que no queremos seguir nuestros propios planes
ni servir a nuestros propios intereses, sino depender en todo de Dios, y no
importando si tenemos que sufrir todo cuanto Él tenga programado para nosotros.
Desconocemos los planes de Dios para nuestras vidas y nadie puede adivinar
nuestro futuro, pero lo que sí es cierto es que no tenemos que preocuparnos por
ello, solo Dios lo sabe, él sabe guiarnos cuando nosotros nos entregamos
completamente a él no importando que eso afecte nuestros propios intereses
personales terrenales. Tomar la Cruz. Cuando Jesús nos hace el llamado a tomar
la cruz, nos llama a estar dispuestos a sufrir oprobio, padecimientos y quizá
el martirio por causa de Él; morir al pecado, al yo, y al mundo. Además de que
quizá nos vamos a encontrar con la oposición de los seres queridos, calumnias y
oprobio y en muchas ocasiones un camino de soledad. Eso no quiere decir que
todo el mundo nos vaya a odiar ni que toda nuestra vida vaya ser un calvario,
sino lo que el pasaje nos está diciendo, es que cuando nos entregamos
completamente a Dios, también estamos dispuestos a todo lo que tengamos que
enfrentar por su causa. Seguirle. Al Jesús decir “Sígueme” nos está llamando a
vivir como él vivió y con todo lo que ello implica. A veces queremos ser
discípulos de Cristo mientras serlo no se entrometa en nuestro estilo de vida,
en nuestras preferencias, en nuestras comodidades. El llamado de Jesús a
seguirle también es una invitación a una relación marcada por abnegación,
intimidad personal pero a la vez de alegría infinita. Cuando nosotros mismos
nos llamamos cristianos, proclamamos al mundo que todo sobre nosotros,
incluyendo nuestra identidad personal misma, se cimenta en Jesucristo porque
nos hemos negado a nosotros mismos para seguirlo y obedecerlo. Él es tanto
nuestro Salvador como nuestro Soberano y nuestras vidas se centran en agradarlo
a Él. Esa es la identidad del cristiano, Seguir las pisadas de Jesucristo, no
importa todas las voces que tú y yo escuchemos a nuestro alrededor, al final
del día, nuestra entrega debe ser sólo a él y vivir guardando su Palabra.
Rubén Ramírez Monteclaro
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