EL EVANGELIO DE DIOS ES SOLO UNO
Amplios sectores de la iglesia evangélica actual están siguiendo ‘un evangelio diferente’. “NO QUE HAYA OTRO”, sino una perversión del verdadero (GÁLATAS 1:8). Entre otras cosas, ese ‘otro evangelio’ muestra como difícil de creer que un cristiano deba pasar por tiempos de necesidad económica. Así, se ha llegado al extremo de exorcizar a creyentes de los que se pretende echar, o al menos reprender, el “espíritu de pobreza”, bajo el supuesto de que el deseo de Dios es que todos sus hijos prosperen materialmente hasta enriquecer. Según esa falsa premisa, cualquier situación contraria al progreso económico de un hijo de Dios, sea enfermedad, desempleo o escasez financiera, sólo puede ser producto de la falta de fe, de algún pecado oculto y no confesado, o en últimas, hasta del mismo Satanás.
IMAGINACIÓN
O REVELACIÓN
Cuando se trata de entender a Dios, el hombre se ha trazado dos rutas. Una de ellas es la de la imaginación, la de hacerse un Dios según las expectativas y deseos humanos. Es una vía en la que la fe se construye con base en lo que, para su propio provecho egoísta, el hombre desea creer en su corazón que Dios habría mandado, ofrecido y prometido. El segundo camino es el de la revelación, el de considerar única y exclusivamente lo que está escrito en las páginas de la Biblia acerca de lo que Dios en verdad manda, ofrece y promete.
El ‘evangelio moderno’ ha optado por el primero de
esos caminos, es decir, el de la imaginación, el de las fábulas, pues es una
ruta menos exigente y más fácil de acomodar a los deseos naturales del corazón.
Es un mensaje más fácil de creer para la mayoría. El evangelio bíblico, por su
parte, sólo puede sustentarse en la revelación de Dios, lo cual es claramente
menos popular. Toda persona, al final, debe decidir cuál de esas dos vías
tomará: la de creer en su propia imaginación, o bien, la de confiar en las
santas palabras de Dios plasmadas en las Escrituras, así sean difíciles de
aceptar por el pensamiento natural.
UN
TEMA ESCABROSO
Las finanzas. He allí un tema difícil de abordar,
controversial y escabroso. La Biblia, por supuesto, no rehúye este asunto, sino
que lo aborda desde diversos ángulos de una forma que no puede ser más clara,
ni más sabia. Sin embargo ha sido, desde la perspectiva de ese ‘otro
evangelio’, un tema que se sobre enfatiza y del cual incluso se predica según
el gusto de la audiencia y del mundo.
El dinero es útil, y necesario para todos, sean
individuos, familias, naciones… o iglesias. Sirve para todo lo necesario: la
alimentación, el abrigo, la vivienda, la salud, la educación y hasta la
proclamación del evangelio. Vemos por tanto que la Biblia no considera al
dinero como malo en sí mismo. Pero, eso sí, nos advierte una y otra vez acerca
de los grandes males asociados con el amor a las riquezas.
Siendo el dinero un medio para obtener toda clase
de satisfactores, el corazón humano, “engañoso más que todas las cosas, y
perverso” (Jeremías 17:9), puede ser presa fácil de la “avaricia, que es
idolatría” (Colosenses 3:5). Así, el dinero termina siendo un señor a quien
servir. Jesús enseñó a ese respecto que “ninguno puede servir a dos señores;
porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará
al otro. No pueden servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24)
Otras afirmaciones bíblicas sobre el tema nos
recuerdan que “ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos
en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman” (Santiago 2:5);
y que, entre otras cosas, ni el “hambre o (la) desnudez”, como realidades
ciertamente posibles, “nos podrá(n) separar del amor de Dios que es en Cristo
Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35, 39).
Una correcta comprensión
No sobra aquí decir que los creyentes, como el
resto del mundo, estamos continuamente en riesgo de padecer escasez. Los cristianos
no somos la excepción cuando se trata de sufrir por causa de perder el empleo o
de fracasar en el negocio emprendido. Nuestros ingresos pueden disminuir
notablemente y nuestra condición financiera puede verse afectada por un sinfín
de situaciones, muchas de ellas fuera de nuestro control.
Por causa de oír y de creer aquel ‘otro evangelio’,
sin embargo, quizás te preguntas: ¿No debería mi fe en Dios mantenerme a
salvo de la escasez? Haber confiado en el sacrificio de Jesús
¿no
debería librarme de todo problema económico? ¿Me habrá Dios desamparado
ahora que mis reservas casi se han agotado?
Si es tu caso, quiero presentarte a continuación
cuatro elementos que te permitirán reconsiderar este asunto y ayudarte a
confiar en Dios más allá de las circunstancias que enfrentas.
NADA
ME FALTARÁ
Esa especie de neo evangelismo del que hemos venido
hablando usa esta frase como consigna central y grito de guerra. Suele
prometerse a los nuevos convertidos que la fe en Cristo garantiza que nada les
faltará, y que eso significa que no volverán a padecer escasez, que saldrán de
la pobreza, que no sufrirán por ninguna otra enfermedad y que el pan jamás les
volverá a hacer falta.
Sin embargo, el evangelio verdadero no se enfoca en
la provisión material para hoy, sino en la provisión espiritual para la
eternidad; no en lo que Dios vaya a darnos, sino en lo que ya nos ha dado, que
es a su Hijo. Cuando comprendemos que nuestra provisión principal es Cristo y
no el pan material, nuestra situación financiera se vuelve un tema secundario.
Entendemos que Dios puede amarnos y a la vez dejarnos pasar por necesidades
materiales mediante las cuales moldea nuestros corazones y nos conduce al
contentamiento en él, de modo que podamos decir como el apóstol Pablo: “sé
vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado,
así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como
para padecer necesidad; todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses
4:12-13)
DELÉITATE
El ‘evangelio moderno’, plagado de vanidades
ilusorias, garantiza que Dios dará al hombre absolutamente todo lo que éste
desee: ascensos laborales, éxito en los negocios, autos lujosos, casas
espaciosas, viajes de ensueño, carreras universitarias, logros profesionales,
el amor de la pareja ideal según el estándar del mundo, e incluso cosas tan
menores y extravagantes como el moldeado del cuerpo. El evangelio bíblico, por
su parte, no garantiza que Dios concederá todo capricho vanidoso al hombre, sino que el Señor concederá las peticiones
de un corazón que ha renunciado a todo por Cristo.
Se dice por ejemplo que Martín Lutero era un hombre
al cual Dios le concedía todo lo que pedía en oración, porque lo único que
pedía era a Cristo. De Job, por su parte, aprendemos que su gozo no provenía de
sus bienes, sino de Aquel que se los había concedido, de modo que cuando los
perdió pudo decir “desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré
allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).
Imagine a un padre de familia que llega a casa
cansado después de un duro día de trabajo llevando consigo un pequeño regalo
para su hijo, y que éste corre hacia su padre para tomar arrebatadamente el
obsequio sin siquiera dirigirle una mirada, un beso o una palabra de gratitud.
El niño se deleita así en el regalo, y se olvida del rostro de amor de aquel
que se lo trajo. Toda proporción guardada, este ejemplo retrata el mal corazón
con el que a veces nos enfocamos en la provisión más que en el Proveedor.
Cuando Dios no nos provee según nuestros deseos,
sino que nos hace transitar por épocas de ‘vacas flacas’ (Génesis 41:27), nos
recuerda que vivimos en un mundo imperfecto y caído por causa del pecado en el
que la tierra da su fruto con dificultad y duro trabajo (Génesis 3:17-19), lo
cual es en sí mismo un antídoto contra nuestro apego a este lugar donde somos
extranjeros y peregrinos (1Pedro 2:11). El mundo en que vivimos no es aún el
reino de los cielos. Los creyentes somos parte de ese reino eterno por causa de
la fe que nos fue dada, pero Dios nos debe recordar con frecuencia que aún no
llegamos a nuestro destino final, que es estar con Cristo, lo cual es
“muchísimo mejor” (Filipenses 1:23).
EL
MANDATO OLVIDADO
“No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás
la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni
cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:17).
Obedecer esta orden incrementa nuestro nivel de
gratitud. Despreciarla implica, por su parte, la imposibilidad de contentarnos
con lo que tenemos.
El deseo de tener es ciertamente lícito. Incluso,
el deseo de guardar. En Egipto, José se ocupó de llenar todo granero y de
preservar allí todo el alimento posible para afrontar los años de escasez que
estaban por venir, lo cual es digno de reconocimiento, y necesario para la
subsistencia. Sin embargo, siendo lícito, el deseo de obtener y de guardar
puede crecer hasta extremos pecaminosos y conducirnos a la avaricia. ¿Y cómo
saber si personalmente guardamos como José o, al contrario, guardamos con
avaricia? Tendríamos que ver cuán desprendidos somos, cuán generosos para con
el prójimo, para con nuestros hermanos, así como revisar en qué medida nuestra
estabilidad emocional y nuestro contentamiento está conectado con nuestras
reservas materiales.
La codicia consiste en el deseo de obtener
satisfactores que produzcan una sensación de estabilidad al corazón. Este
pecado coloca nuestra seguridad en las cosas, y no en el Dador de las cosas.
Por su parte, el deseo cristiano de obtener y de guardar está enfocado en el
servicio, en sustentar con amor la vida del prójimo y del hermano como hizo
José con las naciones de la tierra que sufrían hambre. A diferencia de la
codicia, que produce desasosiego e insatisfacción permanentes, el enfoque en el
servicio trae paz y gozo al corazón; un gozo que persiste en tiempos de
abundancia y en tiempos de escasez, pues recordamos que “vuestro Padre sabe de
qué cosas tienen ustedes necesidad antes que le pidan” (Mateo 6:8)
TODO
LES AYUDA A BIEN
Cada cosa que Dios permite a sus hijos vivir en
esta tierra tiene siempre en sí misma una lección, y cada prueba una enseñanza
mediante la cual el Señor nos perfecciona. Los cristianos estamos llamados a
sufrir con este propósito y para la gloria de Dios. Hay una lección en el
desempleo, hay una más en la escasez, lo mismo que hay lecciones en la
enfermedad y en el negocio que se desmorona.
Experimentar el desamparo nos ayuda a entender que
Jesús fue desamparado en la cruz para que todo aquel que cree en Él no sufra el
desamparo eterno. La escasez de alimentos nos ayuda a recordar que el Señor no
tenía “dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20), y que eso no fue problema para
que nosotros, con su pobreza, fuéramos enriquecidos (2Corintios 8:9). De modo
que si tenemos una almohada sobre la cual podemos dormir, demos gracias a Dios,
pues el Amado del Padre renunció incluso a esa comodidad que hoy damos por
sentada.
Descansemos pues en el Señor, confiemos y
dependamos de Él, gocémonos y tengamos paz en nuestro Dios, “echando toda
nuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotros” (1Pedro 5:7). Y
aprovechemos, finalmente, la invaluable oportunidad de conocerle más y mejor
cuando atravesamos por dificultades, pues al Señor se le conoce mejor en la
adversidad que cuando todo marcha bien.
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